Todos los años me pasa lo mismo...
Esta vez me toca volver a casa el 22 de diciembre, llegar el 23 por la mañana.
El mundo, el país, la ciudad, mis viejos, mi abuela, los amigos y enemigos, los conocidos y desconocidos, todos, absolutamente todos, están hablando de las fiestas... Y yo todavía no terminaba de caer que estamos a una semana de que se termine el año!
Hace cerca de un mes y medio, fui al shopping con mi melli, nos encontramos con adornos de navidad por todos lados, nos miramos y nos matamos de la risa, porque de hecho, a las dos nos pasa lo mismo: nunca entramos en clima festivos hasta que llegamos a casa, es como si no concibiéramos la idea que estamos a días de las fiestas, el brindis, la cantidad exorbitante de comida y todo lo que estas fechas conllevan hasta que ponemos un pie en nuestros pagos.
En la docta, vivimos en un barrio que es conocido por ser habitado, casi en su totalidad, por estudiantes que vienen de otras provincias o del interior de Córdoba y acá, puedo decir, que el clima festivo no se hace sentir. Diciembre representa, básicamente, finales y despedidas.
Puedo sentir como el barrio, en general, se va aquietando, ya casi no se ven estudiantes, y los pocos que hay se los ve después de las siete de la tarde tomando porrones con libros y apuntes en un costado de la mesita.
Tal vez sea yo, que no presto atención a las guirnaldas y los pequeños arbolitos de los negocios. Tal vez sea mi cabeza que todavía no puede asociar esta ciudad con las fiestas.
Pero, la verdad, es que no sentía la magia navideña, hasta que me llamó mi abuela el sábado a la noche, contenta, contándome lo que vamos a comer el 24, cómo estaban armando el arbolito en casa, porque este año decidimos pasarlo ahí, los preparativos en general para las fiestas...
En un momento, me pregunta si ya sabía lo que quería que me traiga Papá Noel y fueron como palabras mágicas que detonaron en mí, todas las expectativas con las que solía esperar esas noches tan particulares del año. De repente, me sentí la nena de seis años, esperando que se hagan las doce para brindar, ver las lágrimas de los mas viejos correr por las mejillas, la emoción de abrir los regalos, tirar los cohetes y ver como todos tenían una sonrisa dibujada en la cara, sentir el calor de la familia y la casa, podía ver la mesa puesta con el mismo mantel de motivos navideños de todos los años, las lucecitas de colores en las rejas de la ventana, podía sentir el aroma de la pólvora, podía saborear el pan dulce con helado.
Navidad para mí es por sobre todas las cosas, la familia unida.
Desde esa llamada, no puedo esperar para llegar a casa, que se hagan las 11.59 del 24 de diciembre y contar el último minuto antes de brindar.
1 comentario:
Qué lindo se siente lo que describís. Yo, no sé por qué, no tengo los mejores recuerdos de Navidad (ojo, tampoco los peores). No entiendo todavía bien por qué pero la Navidad no me representa nada especial (y no sé si alguna vez fue diferente). En mi familia, suele ser un día más: sí se preparan cosas ricas y se adorna todo pero no hay mucho más misterio. Ojalá pueda alguna vez vivirlo diferente y disfrutarlo, aunque sea para probar qué se siente.
Un beso y buen comienzo de semana,
Vero
Publicar un comentario