Monumento a la vuelta al mundo. Parque Sarmiento.
Con la Docta tengo una relación amor-odio.
En verano nos nos podemos ver, nos sentimos abrumados y sofocados, el cemento que nos envuelve y las ganas de irse a cualquier lado a buscar un poco de pasto, agua y sol nos supera, nos desgasta.
En otoño nos empezamos a querer, los días mas frescos, mas cortos, los árboles que comienzan a desnudarse hacen que al caminar pueda sentir el crujir de las hojas en los pies, lo que inevitablemente me roba alguna que otra sonrisa al pasar, el aire cambia de olor, el sol ya no mata. Al tereré lo cambio por un mate a toda hora y en todo lugar, el abrigo siempre en la mano, por si refresca, por si llueve, nunca se sabe a que hora piensa esconderse el sol entre las nubes para después volver a brillar.
Y así sin querer, queriendo nos vamos enamorando, el coqueteo sin parar del otoño hace que lleguemos como unos novios en sus primeros meses al invierno, la ciudad a veces cubierta de gris, con la gente vestida casi en su totalidad de negro, el frío me acompaña pegándome en la cara. Otras veces, brilla y corro a buscar un rayito de sol. El pasto del parque seco, el aire se siente mas seco, mas liviano, las luces de la ciudad se prenden cada vez mas temprano, el silencio de la noche, las ganas de chucharear o tomar un capuchino sentada como india en el sillón no se hacen esperar. Desfilan los tapados, los trajes, las botas, bufandas y gorras todos en un mismo compás. Voy vestida como una cebolla para llegar a un lugar dónde me esperan con mate, y alguna que otra cosa para picar, y sentir el calorcito de la calefacción, el calor de hogar, me empiezo a pelar, de a poquito... Hasta que tanta ropa, tanta cosa, no es necesaria, de repente los árboles pelados empiezan a florecer, en las veredas se escuchan los universitarios chocando los porrones. Se siente la llegada de la primavera y no hay estación que le siente mejor a la peatonal, cerca de las ocho, cuando el sol todavía no se escondió, se prenden los faroles, se reduce la masa de gente con compras, a las corridas, se puede ver la parte antigua de la ciudad, las estructuras viejas iluminadas por una luz amarilla tenue, siempre estuvieron ahí, pero en esta estación en particular, me da paz, me transporta a otro tiempo, a otro lugar. A esta altura esta de más decir que el amor está en el aire, las pieles se empiezan a broncear, lo que antes era negro hoy es puro color. Aparecen las fresias perfumando alguna que otra esquina característica de la inmensa ciudad. Vuelve el bullicio, el ruido de los aires acondicionados, las vidrieras cambian y se transforman en rojo y verde y ahí me doy cuenta que el verano, una vez mas, está por llegar, ya no me siento a gusto, necesito escapar.
Esta, es la ciudad que me adopto hace cinco años, tenemos nuestros altibajos, pero siempre encontramos la forma de volvernos a enamorar.
1 comentario:
Lindo el relato.
Me gustó lo de ir vestida como cebolla, original y descriptivo.
Saludos.
SirThomas.
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